Al juzgar a otros te condenas a ti mismo, pues haces precisamente lo mismo que hacen ellos. (Romanos 2:1)
El día de hoy será difícil; pero si buscas la fortaleza y la sabiduría de Dios, podrás lograrlo. Este día podría ser un momento importante en tu matrimonio, decide concentrarte en lo que el Señor puede estar diciéndote y proponte seguir su guía.
A las personas cada vez les cuesta más reconocer sus propios errores. Para encontrar un ejemplo de alguien que tiene una excusa para cada acción, lo único que debemos hacer es mirarnos al espejo. Somos sumamente rápidos para justificar nuestras intenciones; sumamente rápidos para desviar la crítica; sumamente rápidos para criticar... en especial a nuestro cónyuge, a quien es siempre más fácil culpar.
En general, creemos que nuestra opinión es la correcta, o al menos, mucho más correcta que la de nuestro cónyuge, Y creemos que dadas las mismas circunstancias, cualquiera haría lo mismo en nuestro lugar. Hacemos lo mejor que podemos. Y nuestro cónyuge debería estar agradecido de que seamos tan buenos con él.
Sin embargo, el amor no culpa a otro con tanta facilidad ni justifica las intenciones egoístas. No le importa demasiado su propio desempeño sino las necesidades de los demás.
Cuando el amor se hace responsable de sus acciones, no lo hace para probar lo noble que has sido sino para admitir cuánto te falta por recorrer.
El amor no pone excusas. Se esfuerza por lograr un cambio: en ti y en tu matrimonio. Por eso, la próxima vez que estés en medio de una discusión con tu cónyuge, en lugar de mejorar tus respuestas, detente a ver si hay algo que valga la pena escuchar en lo que tu cónyuge dice. ¿Qué sucedería en tu relación si en lugar de culpar al otro, admitieras primero tus propios errores? Como dicen las Escrituras: "La reprensión aprovecha al inteligente más que cien azotes al necio" (Proverbios 17:10).
El amor es responsable y está dispuesto a admitir y a corregir sus defectos y sus errores con franqueza. El amor nos llama a hacernos responsables de nuestro compañero en el matrimonio. A amarlo. A honrarlo. A valorarlo. El amor procura una buena relación con Dios y con tu cónyuge, y así, se crea un marco para que las demás áreas se acomoden.
Quizá pase un tiempo hasta que se cree en ti un verdadero corazón arrepentido “si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9).
En primer lugar, confiesa tus áreas de pecado; entonces, estarás en una mejor posición para resolver las cosas con tu cónyuge.
Hacerse responsable es admitir cuando fracasas y pedir perdón. Es hora de humillarte, corregir tus ofensas y reparar el daño. Es un acto de amor. El problema es que para hacerlo con sinceridad debes tragarte el orgullo y buscar el perdón sin importar cómo responda tu cónyuge. Debería perdonarte, pero tu responsabilidad no depende de su decisión. Admitir tus errores es tu responsabilidad.
Pídele a Dios que te muestre en dónde has fracasado en tu responsabilidad, y arregla las cosas con Él primero. Cuando lo hayas hecho, es necesario que resuelvas los problemas con tu cónyuge. Quizá sea lo más difícil que hayas hecho jamás, pero es crítico para dar el próximo paso en tu matrimonio y con Dios. Si eres sincero, quizá te sorprenda la gracia y la fortaleza que Dios te concede al dar este paso. Esto no significa que siempre estés equivocado y tu cónyuge siempre tenga la razón.
No quiere decir que debas dejarte pisotear; pero si algo está mal entre tú y Dios o entre tú y tu cónyuge, debería ser tu prioridad.
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