Lo que yo he perdonado, si algo he perdonado, lo hice por vosotros en presencia de Cristo. (2 Corintios 2:10)
Este desafío es difícil... quizá el más difícil del libro. Pese a esto, si quieres que tu matrimonio tenga esperanza, es necesario tomarlo con absoluta seriedad. No se puede solo considerar el perdón, sino que hay que ponerlo en práctica en forma deliberada. Si no hay perdón, no habrá un matrimonio exitoso.
Cuando piensas en la falta de perdón, esto bebería venirte a la mente, porque Jesús dijo: "Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano" (Mateo 18:35).
Imagina que te encuentras en una cárcel. Al mirar a tu alrededor, Allí, ves personas de tu pasado que están encarceladas: personas que te hirieron cuando eras pequeño. Ves a los que una vez fueron tus amigos pero que en algún momento de la vida fueron injustos contigo. Quizá, veas a tus padres allí, tal vez a algún hermano o hermana o algún otro miembro de la familia. Aún tu cónyuge está encerrado allí cerca, atrapado con los demás en esta cárcel de tu imaginación.
Como veras, esta prisión es una habitación de tu propio corazón, Esta cámara oscura, fría y deprimente existe en tu interior todos los días. Sin embargo, no demasiado lejos, Jesús está allí parado, y te ofrece una llave que puede liberar a todos los presos. No. No quieres saber nada con eso. Estas personas te hirieron demasiado, incluso tu cónyuge, la persona en la que más deberías de haber podido confiar. Así que te resistes y te vas.
Ver a Jesús, ver la llave en su mano, saber lo que te está pidiendo que hagas. Cuando intentas escapar, descubres algo alarmante: No hay una salida, estás atrapado adentro con los demás presos. Tu falta de perdón, tu enojo y tu amargura te han transformado en prisionero a ti también. Ahora, tu libertad depende de tu perdón.
Perdonar supone toda clase de peligros y riesgos. Por ejemplo, lo que estas personas hicieron estuvo realmente mal, lo admitan o no. Quizá, ni siquiera estén arrepentidos. Tal vez sientan que sus acciones están perfectamente justificadas, y hasta lleguen a culparte a ti. Sin embargo, el perdón no absuelve a nadie de la culpa. No quedan a cuentas con Dios. Simplemente, te libera de tener que preocuparte de su castigo. Cuando perdonas a alguien, no lo liberas. Se lo entregas a Dios, con quien puedes contar para que se encargue de esa persona a su manera.
Te ahorras el problema de preparar más discusiones o de intentar imponerte en esta situación. Ya no se trata de ganar o perder. Se trata de la libertad. Se trata de soltar. Por eso, a menudo escuchas que las personas que han perdonado de verdad dicen: "Parece que me hubieran quitado un peso de encima". Sí, es exactamente eso. Por primera vez en mucho tiempo, te sientes en paz. Te sientes libre. ¿Pero cómo lo logras? Le entregas al Señor tu enojo y la responsabilidad de juzgar a esta persona. "Amados, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: "Mía es la venganza, yo pagaré", dice el Señor" (Romanos 12:19). ¿Cómo sabes que lo has hecho?
Lo sabes cuando al pensar en su nombre o al ver su rostro hace que sientas lástima por ellos, en lugar de hacer que te hierva la sangre.
Podría decirse mucho más y quizá debas luchar con muchísimas cuestiones emocionales para lograrlo; pero los matrimonios excelentes no están formados por personas que nunca se hieren, sino por gente que "no toma en cuenta el mal recibido" (1 Corintios 13:5).
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